Opinión

Don Alfredo Amín Beetar

Don Alfredo Amín Beetar
(Hoy 8 de abril cumple 1 año de su fallecimiento inesperado)

Por: Reinaldo Martínez Pacheco.

Cumpliendo un deseo en vida que le pidió a Monseñor Fadi Aboul Chebel, obispo maronita venido del Líbano, se ofreció la eucaristía adelantada el sábado anterior en la catedral de la Candelaria por el eterno descanso de don Alfredo. Misa que contó con la presencia de sus hijos, nietos y amigos entrañables. Agradecimientos por siempre a Monseñor Ariel y a el padre Carlos Arias por la acogida y estar presto a escuchar esta tendencia de nuestra iglesia católica practicada por los descendientes del oriente. Oportuna la explicación clara y sencilla de algunos ritos que practican los maronitas por parte del Exarca, además de las conmovedoras palabras de una de sus nietas, salidas de lo más profundo de su corazón.
Nunca nos cansaremos de evocar a quien en vida fue una gran persona, fiel devoto de su cultura ancestral, defensor acérrimo de su Magangué del alma, desbordaba civismo por doquier, miembro emérito del Centro de Historia Villa de Magangué, líder empresarial, honesto, consejero por excelencia, atendiendo en su humilde oficina desde los más encopetados personajes de la vida pública hasta los más humildes del pueblo; en fin un hombre bueno. Hoy nos sigue doliendo el alma. Sólo nos queda la resignación cristiana, la fe en Dios y por ende sus enseñanzas de vida que quedaron tatuadas en lo más profundo de nuestra alma.
Cuanta falta nos hace su intempestivo fallecimiento, de verdad no lo esperábamos, habida cuenta que el nunca envejeció, decía que era una mala costumbre hacerlo; afirmaba que la gente ocupada y con sentido de la vida no tenía tiempo de adquirirla y que la vejez no era más que el debilitamiento del cuerpo, pero nunca la indiferencia del alma.
Guardemos su maravilloso recuerdo por todas sus obras realizadas como un grandioso tesoro y honremos por siempre su memoria a lo largo de nuestras vidas; recordando todo lo que nos enseñó y esforzándonos por ser mejores personas de acuerdo a sus nobles deseos.
Cuanto quisiéramos transitar el surco por donde don Alfredo caminó, pero como cristiano creyente sólo nos queda el consuelo de recordar aquí en la tierra su honor ganado y su civismo ejemplar; y lo mejor en todo momento imitar su honestidad sin condición, su compromiso frontal y siempre dispuesto a hacer el bien.
Don Alfredo tenía una personalidad atractiva e inspiradora, justo por naturaleza, solo a él le lucía combinar la firmeza de sus palabras con la cordialidad y el buen trato.
Se caracterizó por ser un luchador de toda la vida, defendiendo los valores, la ética y la cultura en general; confrontaba algunas veces, pero eso sí recto, serio y ecuánime cuando de tomar posiciones correctas y aún vertical cuando se trataba del respeto y la defensa del bienestar de los demás. Debería ser una obligación municipal, casi una responsabilidad ciudadana exaltarlo como el estandarte de la honra y las buenas costumbres de nuestra ciudad.
Don Alfredo lo recordaremos por siempre; su visión profética nos impulsaba en la construcción de una comunidad más humana, generosa y colectiva donde se diera reverencia a la honradez, la cortesía, la dignidad, el decoro, la solidaridad, la tolerancia, en fin donde todos quepamos y vivamos sin ventaja y sin atajos en igualdad de condiciones. Respiraba humanismo por doquier; enseñaba el arte de la justicia, del respeto a los demás en su honra, en sus propiedades dignamente adquiridas y administradas, ayudando un ambiente donde fuesen respetados todos los derechos y deberes de los demás.
Don Alfredo era un gran señor en todo el don de la palabra. Capaz, honesto, asumía los retos y el riesgo calculado. Se proponía metas y las cumplía; nunca buscó resultados por azar sino por el esfuerzo, huía de la mediocridad siempre, y mejor buscaba la excelencia, de allí su éxito total en todo lo que se proponía. Pero más que todos esos méritos, logros y reconocimientos alcanzados, importa mejor ver su obra y vida de servicio que lo hizo único y desigual al grueso de nuestros congéneres; asiento que tiene hoy el lujo de compartir al lado de los santos, los genios y los héroes. Alguien dijo alguna vez que no hay dos lirios iguales, ni dos águilas, ni dos orugas, ni dos hombres semejantes. Don Alfredo fue único de la estirpe, fue escogido por Dios, preferido por la naturaleza y primaveral por excelencia. Tuvo un estilo propio, un sello indeleble plasmado en aquel lienzo todavía sin usar; sencillamente un hombre excepcional anticipándose siempre con sus sabias decisiones y ocurrencias premonitoria a los nuevos tiempos.
En fin, su misión trascendental en este mundo continuará, más por sus hechos que por sus palabras; su genialidad y tesón en todo lo que se proponía y realizaba no era pura coincidencia; surgía por orden divina, así lo creo yo; quizás una chispa luminosa celestial lo envió a cumplir tan maravillosa obra de vida social aquí en la tierra.
Gracias a mi Dios y a nuestra bien venerada Virgen de la Candelaria por la vida de don Alfredo. Se nos fue la voz de todo un pueblo; un soñador por excelencia, gracias por ir siempre en contravía de los pesimistas y los que profetizan desgracias. Se nos fue todavía un creyente de lo bueno, lo bello y verdadero que tiene la vida. Que sería de nuestra Magangué, en estas horas de pandemia y de incertidumbre sin el coro de sus cantos, sin el derroche de sus colores y sin el pensamiento y actuar de sus hijos nobles. Es precisamente a tal categoría la de los optimistas y soñadores a las que perteneció nuestro querido hijo, el más influyente, el más entusiasta amante de su ciudad, don Alfredo Amín Beetar. Paz en su tumba.

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